DEMOCRACIA PARA SIEMPRE. PATRIA PARA TODOS
Movimiento Nacional Alfonsinista
MANIFIESTO FUNDACIONAL del MNA
En su libro Fundamentos de una República democrática, Raúl Alfonsín
sostenía: “La democracia está siempre vinculada a la pretensión de lograr la transformación
del poder entendido como forma de dominación”.
Los treinta años de estabilidad democrática constituyen un período lo suficientemente
extenso para haber superado problemas del pasado y, a la vez, encontrarnos con nuevos
desafíos. Pero particularmente han significado el recorrido de un camino de experiencias
que deben dejarnos enseñanzas.
Una de ellas es que, a pesar de la mutación de las relaciones de poder que le ha
dado supremacía a la soberanía popular y, precisamente por esa razón, los poderes
fácticos dejaron de lado, felizmente, la pretensión de voltear los regímenes democráticos
pero no su aspiración de tutelarlos o restringirlos.
Desde el primer minuto del 10 de diciembre de 1983 en adelante esta puja entre el
poder democrático y los poderes corporativos estuvo presente en cada paso que se
iba dando. La estabilidad institucional de la que hoy gozamos fue ganada trabajosamente
por el gobierno de la transición, que no sólo supo resistir los ataques de los sectores
autoritarios y retrógrados que se sintieron desplazados sino que, además, avanzó
sobre ellos con las políticas de memoria, verdad y justicia y la ampliación de derechos
civiles que el oscurantismo negó durante décadas a los argentinos.
Mucho más tiempo se tardó en hacer lo propio con las corporaciones económicas y
mediáticas. Por el contrario, en este caso fueron ellos los que obtuvieron triunfos
coyunturales pero con duras y devastadoras consecuencias para el tejido social de
la Argentina que nos llevaron al borde de la dolarización de la economía y de la
disolución del Estado nacional; un riesgo que estuvo a la vuelta de la esquina en
el 2001. Pero en este caso también la democracia y su instrumento más poderoso,
la política, reaccionaron y nos alejaron de esos peligros.
Lo que no se pudo evitar fue pagar –y, en alguna medida, seguir haciéndolo- las
consecuencias de lo que se dio en llamar el neoliberalismo. A pesar de los logros
alcanzados, sus efectos todavía se sienten en materia de exclusión y seguridad ciudadana.
Herencia que nos dejó la antipolítica y de la que hoy debemos hacernos cargo desde
la política.
Sabemos que transitamos una democracia todavía imperfecta pero también sabemos de
dónde venimos. Por eso jamás confundimos el escenario de las dificultades que aún
subsisten con lo que nos tocó vivir en la etapa negra de las dictaduras militares
o en la década menemista de la entrega del patrimonio económico, social y cultural
de nuestra patria.
La mayoría de nosotros nos sentimos identificados, incluso continuadores, de las
corrientes del pensamiento nacional, popular y progresista: el Yrigoyenismo primero
y el Alfonsinismo después.
No por ello excluímos, sino más bien, convocamos e incluímos a hombres y mujeres
provenientes de otras corrientes históricas populares o del progresismo nacional,
porque sabemos que no todo está ganado y, por el contrario, que la batalla por la
consolidación y la profundización de la democracia y una equitativa distribución
del ingreso continúa.
La experiencia que hemos acumulado nos enseña que hay que reunir mucho apoyo y masa
crítica para seguir ampliando los derechos de los ciudadanos en detrimento de los
privilegios de las minorías, que siempre están al acecho para volver a imponer sus
condiciones. No es una conclusión que nazca de una mirada conspirativa de la historia
sino de la historia misma.
Queremos construir sobre lo hecho. No nos confundimos. Nada ni nadie nos moverá
de al lado del pueblo, ni de la defensa de los objetivos nacionales. Pretendemos
representar la ética de la solidaridad y no los intereses de los grandes grupos
económicos de adentro y de afuera.
Tenemos en claro que la disputa de ayer fue lograr la supremacía de la soberanía
popular sobre el autoritarismo y que el eje de las tensiones de hoy es el modo de
la distribución del ingreso.
Para nosotros las políticas públicas son la herramienta para dirimir, en favor de
los sectores postergados, esa tensión. La mayor deuda de la democracia es la desigualdad
estructural de la sociedad. Falta camino por recorrer. Tenemos que alcanzar un seguro
nacional de salud que termine con el despilfarro en un área esencial que hace a
la calidad de vida de las mayorías. Tenemos que recuperar el significado y la jerarquía
de la educación pública. Tenemos que ampliar y reforzar las políticas de la seguridad
social. Tenemos que promover una política de tierras que permita el acceso de los
sectores populares a la vivienda. Tenemos que reconstruir y perfeccionar nuestra
infraestructura básica.
Tenemos que repensar el territorio nacional generando una regionalización que encause
las energías de los ciudadanos, las organizaciones intermedias y los gobiernos locales,
impulsando un diálogo en la dinámica Estado-Sociedad que promueva la participación
ciudadana. Poniendo de acuerdo los actores sociales en la base territorial del país
podremos alinear políticas sociales, económicas, ambientales y productivas y encausar
todas las demandas de la sociedad.
Pero el pase del crecimiento al desarrollo, que requiere planeamiento e inversión,
sólo pueden asegurarlo las fuerzas populares, nacionales, democráticas y progresistas.
Sobre todo si queremos que los resultados de la política económica se midan por
los resultados en la calidad del desarrollo humano de nuestros compatriotas.
Consolidar un país industrial, soberano y solidario implica tomar partido, sin vacilaciones,
en los dilemas políticos que nos plantea la puja distributiva.
Ponemos en marcha el MOVIMIENTO NACIONAL ALFONSINISTA con el objetivo de
recuperar y reavivar las mejores tradiciones de nuestra cultura política, que supo
hacer historia grande cuando no se apartó de los intereses nacionales y populares.
Nos organizamos para no ser rehenes del sensacionalismo, la superficialidad y el
vacío político al que quieren empujar a la sociedad. Por eso convocamos a comprometerse
en este esfuerzo a los jóvenes que sueñan con el cambio, a los argentinos que estudian,
trabajan, producen, crean e invierten. Pero también a todos nuestros compatriotas
que, empujados a la exclusión, algunos pretenden dejar cristalizados en la pobreza
estructural manteniéndolos marginados de la sociedad, estigmatizándolos por su piel,
por su origen o por su condición.
Tenemos en claro que disociar la política de la economía y la cuestión social es
un ejercicio voluntarista que nos transformaría en una fuerza testimonial o simplemente
electoral, sin vocación ni proyecto de poder.
Y nosotros no queremos ser nada de eso. No tenemos derecho ni a la resignación ni
a la mediocridad ni al oportunismo ni, mucho menos, a la claudicación. Porque nuestra
raíz proviene de luchas populares, que no pueden ser bastardeadas ni ignoradas al
momento de decidir de qué lado estamos hoy.
Por supuesto que le damos a la política una dimensión ética pero no sólo de moral
individual sino también de moral colectiva. Y eso significa trabajar por los que
menos tienen.
Sabemos desde siempre que el contexto para sostener nuestra autonomía nacional es
la integración con nuestros países hermanos de América Latina y el Caribe. Y por
esa razón saludamos con esperanza y alegría los enormes avances que en los mejores
momentos de nuestra democracia iniciamos desde el Mercosur, continuamos desde la
Unasur, culminando en la Celac. Muchos tal vez creyeron que el alfonsinismo era
una corriente de pensamiento y acción destinada a los recuerdos o a la nostalgia
sin advertir que su vigencia está en sus aciertos y su coherencia, que hoy le permite
volver a irrumpir en la escena política para construir y no para destruir, para
articular y no para desunir, para fortalecer y no para debilitar la democracia que
entre todos fundamos hace treinta años atrás.
La consigna con la que convocamos es sencilla. Pero irrenunciable: Democracia para
siempre y Patria para todos.